Autora: Fuensanta Martín Quero -vocal de ALAS-
Bien podría llevar por nombre el título de una novela, como por ejemplo A sangre fría, de Truman Capote, pero, desgraciadamente, al igual que ésta, el crimen no tiene su origen en la ficción sino en la más cruel realidad; y el suceso acaecido en la triste y lluviosa mañana de un quince de febrero del año en curso trascendió más allá de las aceras, donde la cotidianidad se rompió en añicos bruscamente, del conocido barrio malagueño de El Palo.
Ella, la víctima, formará parte de un número maldito que cada año ocupa las páginas de los periódicos y las noticias de las cadenas televisivas. Él será uno de tantos desconocidos para la mayoría repudiados por la sociedad, cuya historia futura se cubrirá no demasiado tarde por el velo gris de la indiferencia, excepto para los más afectados. Y de la pequeña… Dejémoslo ahí.
Una vez más la sangre. Una vez más el dolor. Una vez más la iniquidad, las bruscas inclemencias de la maldad y sus graves consecuencias de por vida, de la que se pierde y de las que quedan ahora por rehacer. Y me pregunto, cada vez que hechos como éste nos sorprenden y nos dejan consternados/as cualquier día inesperado, qué pasa por la mente del verdugo, qué pensamientos y retorcidas emociones llevan a traspasar a individuos de apariencia normal esa maldita línea roja de la violencia machista. ¿Cómo es posible esto?
Pensar en un mundo sin violencia parece estar en esa tierra lejana de la utopía que la mayoría anhelamos, pero, puestos a pensar detenidamente, no deja de ser sorprendente que esa violencia se crezca con desmesura dentro de los círculos más próximos de una persona, llevando al maltrato físico y/o psíquico, hasta llegar al acto demoledor de arrebatar la vida de un ser que supuestamente ha sido amado. ¿Es que el amor, cuando se trunca, se transforma en intenso odio que algunas personas no saben dominar? Y ¿por qué son siempre ellos los que actúan así? El trasfondo biológico que nos diferencia a mujeres y hombres probablemente nos lleve a manifestar la agresividad por cauces distintos, pero esto no puede ser la base de actos tan repugnantes realizados por personas cuyo comportamiento resulta normal ante otras, y que se transforma, en cambio, con la que ha sido su pareja, a la que termina despojándola de todo.
En los cimientos de muchos de nuestros actos subyacen valores culturales propios del contexto social amplio en el que estamos inmersos, apenas perceptibles, como órdenes internas que condicionan nuestros objetivos, nuestras opiniones, nuestra manera de pensar, nuestros comportamientos y hasta nuestros gestos. Estos valores, unos más genéricos y otros más específicos, se transmiten de generación en generación a través de cada uno de los emisores que participan de nuestro entorno a lo largo de nuestra vida, llegando a modelar en cierto modo la personalidad de los individuos. Desde esta perspectiva, habría que plantearse si la transmisión de los valores que definen el amor de pareja contiene reminiscencias presuntamente de otras épocas –digo presuntamente porque más bien son evidencias presentes en muchos casos– de sometimiento hombre-mujer y de amor como sinónimo de posesión. No creo que exista un paralelismo, una igual evolución, entre las formas externas modernas de las sociedades avanzadas como la nuestra y el sustrato ideológico-cultural que las sustenta y que, a mi modo de ver, en muchos aspectos como en el tema de la igualdad de géneros –igualdad real, me refiero– está mucho más rezagado, pese a las apariencias. Por ello, a las medidas policiales, jurídicas y asistenciales previstas para casos de violencia machista, habría que sumarles una revisión de los mensajes en profundidad. Redefinir conceptos que atañen a las relaciones humanas más estrechas, en los que queden desterrados para siempre la dramatización de la relación de pareja, que habría que entender como situación coyuntural que puede durar días o toda la vida, según el caso, pero por sí sola, sin condicionantes sociales, sin prejuicios y sin extremismos. Habría que revisar, asimismo, cualquier indicio, por muy insignificante que parezca, que ponga en evidencia el concepto de amor-sumisión y de amor-posesión. No basta, pues, con atacar las evidencias del maltrato, siendo esta batalla hoy por hoy imprescindible, qué duda cabe; hay que abordar, además, lo que debajo de las mismas está impidiendo que definitivamente dejemos de ser testigos de estos crímenes atroces.
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Escrito por Fuensanta Martín Quero.
Ella, la víctima, formará parte de un número maldito que cada año ocupa las páginas de los periódicos y las noticias de las cadenas televisivas. Él será uno de tantos desconocidos para la mayoría repudiados por la sociedad, cuya historia futura se cubrirá no demasiado tarde por el velo gris de la indiferencia, excepto para los más afectados. Y de la pequeña… Dejémoslo ahí.
Una vez más la sangre. Una vez más el dolor. Una vez más la iniquidad, las bruscas inclemencias de la maldad y sus graves consecuencias de por vida, de la que se pierde y de las que quedan ahora por rehacer. Y me pregunto, cada vez que hechos como éste nos sorprenden y nos dejan consternados/as cualquier día inesperado, qué pasa por la mente del verdugo, qué pensamientos y retorcidas emociones llevan a traspasar a individuos de apariencia normal esa maldita línea roja de la violencia machista. ¿Cómo es posible esto?
Pensar en un mundo sin violencia parece estar en esa tierra lejana de la utopía que la mayoría anhelamos, pero, puestos a pensar detenidamente, no deja de ser sorprendente que esa violencia se crezca con desmesura dentro de los círculos más próximos de una persona, llevando al maltrato físico y/o psíquico, hasta llegar al acto demoledor de arrebatar la vida de un ser que supuestamente ha sido amado. ¿Es que el amor, cuando se trunca, se transforma en intenso odio que algunas personas no saben dominar? Y ¿por qué son siempre ellos los que actúan así? El trasfondo biológico que nos diferencia a mujeres y hombres probablemente nos lleve a manifestar la agresividad por cauces distintos, pero esto no puede ser la base de actos tan repugnantes realizados por personas cuyo comportamiento resulta normal ante otras, y que se transforma, en cambio, con la que ha sido su pareja, a la que termina despojándola de todo.
En los cimientos de muchos de nuestros actos subyacen valores culturales propios del contexto social amplio en el que estamos inmersos, apenas perceptibles, como órdenes internas que condicionan nuestros objetivos, nuestras opiniones, nuestra manera de pensar, nuestros comportamientos y hasta nuestros gestos. Estos valores, unos más genéricos y otros más específicos, se transmiten de generación en generación a través de cada uno de los emisores que participan de nuestro entorno a lo largo de nuestra vida, llegando a modelar en cierto modo la personalidad de los individuos. Desde esta perspectiva, habría que plantearse si la transmisión de los valores que definen el amor de pareja contiene reminiscencias presuntamente de otras épocas –digo presuntamente porque más bien son evidencias presentes en muchos casos– de sometimiento hombre-mujer y de amor como sinónimo de posesión. No creo que exista un paralelismo, una igual evolución, entre las formas externas modernas de las sociedades avanzadas como la nuestra y el sustrato ideológico-cultural que las sustenta y que, a mi modo de ver, en muchos aspectos como en el tema de la igualdad de géneros –igualdad real, me refiero– está mucho más rezagado, pese a las apariencias. Por ello, a las medidas policiales, jurídicas y asistenciales previstas para casos de violencia machista, habría que sumarles una revisión de los mensajes en profundidad. Redefinir conceptos que atañen a las relaciones humanas más estrechas, en los que queden desterrados para siempre la dramatización de la relación de pareja, que habría que entender como situación coyuntural que puede durar días o toda la vida, según el caso, pero por sí sola, sin condicionantes sociales, sin prejuicios y sin extremismos. Habría que revisar, asimismo, cualquier indicio, por muy insignificante que parezca, que ponga en evidencia el concepto de amor-sumisión y de amor-posesión. No basta, pues, con atacar las evidencias del maltrato, siendo esta batalla hoy por hoy imprescindible, qué duda cabe; hay que abordar, además, lo que debajo de las mismas está impidiendo que definitivamente dejemos de ser testigos de estos crímenes atroces.
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Escrito por Fuensanta Martín Quero.
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